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  • Foto del escritorVíctor Avilés

NUESTRO NIÑO INTERIOR

Desde hace un tiempo, de forma espontánea, me he cruzado varias veces con la imagen tan reconocida, de la virgen arropando o protegiendo a ese niño que tiene entre sus brazos, ya sea en figura o en pintura.

Siempre lo he relacionado con una figura perteneciente a la cultura y religión cristiana, sin pararme a pensar o saber, que significa o que cuenta la historia de la misma. Cuando leo escritos de algunos maestros espirituales o psicólogos del siglo XXI, relacionan o dan un sentido a las historias y mensajes de las diferentes religiones, de una forma más comprensible y cercana hacia el ser humano actual, sin establecer una creencia o dogma, sino de una forma global, al aspecto de la experiencia humana como ser, al camino de vida que todos andamos, incluyendo las encrucijadas y la comprensión de las mismas.


Cuando veo esta imagen, recuerdo el concepto de la autocompasión, el cual también podría expresarse, como el cuidado del “niño interior” que todos llevamos dentro. A lo que me dirijo aquí es a ese espacio interior, al que tan poco atendemos y siempre nos está pidiendo a gritos algo muy claro y sencillo y a la vez tan ignorado. A veces nos pide descansar, otras salir a la naturaleza solos y desconectar, abrazar a esa persona, disculparnos, ponernos en nuestro sitio ante una falta de respeto, permitirnos ser de cierta manera, aceptarnos, etc.

Al final ese “niño interior” es la parte más íntima e integra de cada uno de nosotros.


Personalmente cuando hablamos del SER, entiendo esa entidad más íntima, alejada del personaje ficticio y mental que hemos creado desde que empezamos a compararnos e identificarnos con los diferentes aspectos que supuestamente, nos describen. Es un espacio donde ocurre toda nuestra vida de forma continua, expresada por diferentes movimientos y distintas intensidades. Muchas veces, en ese mismo espacio sentimos nuestras emociones más básicas (amor, alegría, tristeza, miedo e ira), en otras ocasiones, no podemos identificar-lo con un concepto o palabra, pero si sentirlo, hay una intensidad que cambia de frecuencia según lo atiendes. Ese espacio que todos sentimos, si nos permitirnos escuchar y atender, es un espacio de sabiduría, presencia e intuición, es un lugar el cual podemos observar y ver, con delicadeza y tiempo, donde estamos, que sentimos y que necesitamos. Dicho lugar cuando lo atendemos y nos decidimos a mirarlo con honestidad, empezamos a actuar cada vez más, según esa inteligencia más íntima, entramos en coherencia con nosotros mismos, con nuestro ser, con nuestro sentir. Con nuestro “niño interior” el cual siempre esta interconectado con la vida que esta ocurriendo.


Tenemos tanta ética y moralidad incoherente, normas culturales y patrones educacionales, que apenas atendemos a nuestro propio ser. La mente nos proyecta de forma automática un montón de pensamientos, informándonos de que es lo correcto y lo incorrecto, que es lo que hay que hacer y lo que no y como deberíamos de sentirnos según ese hecho que acaba de ocurrir o está ocurriendo. Toda esa verborrea continua y automática, regida por nuestra cultura y educación, forma nuestra cárcel de creencias, las cuales nos distraen, nos aturden y nos limita, actuando como robots programados y artificiales, sin previamente observar en nuestro interior, en nuestras “tripas”, que estoy sintiendo y a partir de ahí actuar, con coherencia y honestidad. Esa honestidad está siendo muestra de un abrazo hacia uno mismo, hacia ese instante y hacia la otra persona si nos estamos relacionandoen dicho momento.


Cuando uno empieza a mirarse, sentirse y atenderse, lo primero de lo que te haces consciente es de la incoherencia que realizas a diario entre lo que sientes y lo que haces o dices. Lo mucho que nos esforzamos en ser y realizar conductas o patrones que no van en relación a nuestra naturaleza y a nuestro sentir verdadero. Todas esas acciones y gestos realizados de forma automática, crean mucha incoherencia y sin sentido hacia nuestra propia experiencia de vida, la cual, solo nosotros estamos siendo los protagonistas y vividores de la misma.


Nuestro sistema de pensamiento o ego, se pondrá en marcha automáticamente y nos ofrecerá su opinión personal, recordándonos cosas como “si no voy al trabajo cuando siento que no me apetece, me echarían” o “si hiciéramos lo que sintiéramos como estaría el mundo”, a nuestro patrón de pensamiento le asusta el empezar a mirar de otra forma, a tomar responsabilidad y honestidad nuestra verdad. Lo cierto, es que esa voz que suena en nuestra cúpula mental y la cual nos dirige todo el día, si no aprendemos a observarla y tomar distancia, es la misma que nos hace entrar en esa incoherencia de la que hablábamos anteriormente. Esta incoherencia, acompañada de falta de comprensión e ignorancia en el manejo de nuestra mente es la que nos está llevando a vivir muchas de las experiencias que están ocurriendo en nuestra realidad presente, solo se ha de poner la radio, un periódico o la televisión para confirmar-lo. Por último, dicha incoherencia nos lleva al sufrimiento que la gran mayoría experimentamos de una forma u otra.


La autocompasión entonces, podría ser representada, en forma de gesto e imagen, como ese abrazo hacia uno mismo, hacia su niño interior o hacia su ser.


La pregunta que yo me hago y que planteo aquí es, ¿como trato a mi niño interior? ¿Cuanto lo atiendo? ¿Cuanto me abrazo? ¿Cuanto me perdono? ¿Cuanto me permito ser?

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