Hace unos días, el despertador sonaba a temprana hora de la madrugada, junto con el frio del invierno. Los primeros pensamientos que llegaron a mi mente eran todos quejosos y creadores de una mala fortuna de tener que levantarme tan pronto y tener que salir a la calle a realizar mi día de atención domiciliaria. Sin hacer mucho caso a esos pensamientos, pero si siendo consciente de mí dialogo mental, empecé mi día y mi camino hacia el centro de salud.
Al iniciar mi jornada, llegue a casa de un hombre mayor, al cual le tenía que realizar un conjunto de preguntas y seguimiento general. Se encontraba en su comedor pequeño, lleno de libros y una antigua y útil máquina de escribir. Dedicaba su tiempo, dentro de sus dolores, a leer, escribir historias y pasarlas a limpio en su máquina de escribir italiana. Se le veía realizado, con una leve sonrisa, sin insistir mucho en sus dolencias y desgracias y apasionado a explicarme brevemente, su vida y sus vivencias. Lo cierto es que me mostré muy curioso y atento. En ese instante me hice consciente, de que mis pensamientos de la mañana no habían acertado ni una sola suposición, y que este día frio y madrugador me estaba regalando unos minutos de autentico disfrute y realización. Por mi parte como profesional/espectador y por su parte como protagonista/narrador.
Este interesante hombre, me regalo esta reflexión personal, la cual escribí al salir y comparto ahora con vosotr@s:
“Si a lo largo de tu vida, en tus manos florece la humildad,
cuando llegues al final de tu camino,
hallaras el bien que tus manos hayan sembrado”
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